Barreira sóloEDADES, en el Campus de Ourense
Hace unos años la escritora norirlandesa Maggie O’Farrell escribió su autobiografía que tituló “Yo soy, yo soy, yo soy, tras diecisiete roces con la muerte”. Es este un sentimiento que puede compartir Fernando Barreira (Verín, n. 1964) quien, tras casi una década de duros golpes familiares y de salud, que pusieron a prueba el vaivén vital de su destino, ha reafirmado su praxis plástica en el tránsito desde la disciplina del trabajo, para reiniciar ahora el pulso artístico expositivo, sin perder un ápice de su usual ironía lingüística, que aquí muestra ya desde el título, sóloEDADES. La muestra se ofrece así, decantada, tras el tiempo de fermentación, afirmando y afinando el color, y el decidido trazo, con ampliación de su espectro temático, un vino con nuevos matices.
Este proyecto para la sala Alterarte es una caja de resonancia dentro de la escaleta expositiva del programa Reciprocidade, que coordina en este curso universitario Javier Blanco, profesor del campus y artista como “Riomao”, siendo Teresa Grande Taboada comisaria puntual y cómplice necesaria. En la pequeña y carismática sala el internacional artista reafirma su yo, tras cuarenta y cuatro años desde la primera exposición, en el colegio La Salle de Verín.
Desde entonces, Madrid, Mallorca, Málaga y Porto, Portugal, hay sido bases vitales, giro espacial que lo ha traído hasta su Verín natal, espacios y tiempos en los ha participado asimismo en colectivas en diversos certámenes en Lisboa o Zurich. En Ourense Pecados provinciales, 2017, en Visol, y su antológica del Museo Municipal en 2010, a poco de regresar a Galicia. La exposición actual tiene, no obstante, un precedente referencial en La infame infancia, 2014, en la galería madrileña Ministerio de Asuntos Importantes, realizada en la estela de sus cincuenta años, cuando llevaba treinta y tres de exposiciones. En paralelo, aquí y ahora, el artista despliega en cinco obras el muestrario de su vocabulario plástico y esencias, con su savoir faire en sala. Con La cuchara de Manolito homenajea a Manolita Chen, pionera gaditana en visibilizar a las personas trans en el franquismo.
La mirada se dirige desde el vano de entrada al políptico en que hace repaso, desde los fondos que iluminan dinámicas figuras, su trayectoria, con la exposición inicial, siendo un adolescente, pasando por el rojo y otros colores, para acabar con rojo cadmio final. Entre medias, secuencias con fondo negro, una en su juventud y la más reciente, revelan su estratigrafía vital. Enfrente, un concepto expresado dos a dos, en dípticos, en color y fondo blanco, respectivamente, que remiten al odio, desconfianza, desprecio o la vanidad.
Son sentimientos relacionables con Las Lanzas, al fondo. De raíz velazqueña son cuadros individuales que crean una secuencia tripartita, abrumadora, con elementos de madera sobrepuestos y a los lados que llegan hasta los marcos, y cuyo borde inferior, del negro al amarillo, ayuda a ver el desarrollo conclusivo, donde la corporeidad se patentiza. Finalmente, el Tesoro del Delfín, piezas blancas inspiradas en las alhajas herencia de Felipe V, parcialmente desaparecidas, que aluden a renuncias y/o pérdidas, instalación en cajones con leyenda lateral manuscrita y el duende veloz retroiluminado, icono de Barreira que nos transporta. Una reentré solemnizada por el vicerrector del campus y el presidente del Parlamento de Galicia en el vernissage.
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